A la manera de la tradición clásica de la picaresca española de El lazarillo de Tormes, de La historia del buscón llamado don Pablos, de Francisco de Quevedo y Villegas, y sus émulos de todo tiempo y lugar, Libardo Duque Vélez en su novela Los Carasucias recrea con gracejo y crudeza la vida y andanzas de El Gato: un menor de edad que producto de la violencia intrafamiliar en un ambiente rural, se ve obligado a tomar la errancia callejera con todas sus vicisitudes.
Sin embargo, en el rebusque cotidiano con el que satisface a medias sus necesidades básicas, El Gato se encuentra sucesivamente con una galería de personajes representativos de la variopinta condición humana (Chita, El Bocón, El Pita y otros, en una siempre convulsionada Colombia), los cuales le permiten aprender por cuenta propia el valor de la existencia y su usufructo personal o colectivo en medio de la adversidad.
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